Cuántas veces hemos visto en la prensa o televisión a importantes hombres de estado y grandes empresarios pillados medio dormidos, garabateando en algún papel con el logotipo de alguna cumbre o simposium, o incluso jugando al Candy Crush. Y si, a ellos también les pasa. Se aburren. Este estado, en el que el sujeto siente malestar e inquietud mezclada con tristeza, parece ser la pandemia del siglo XXI.
El aburrimiento nos parece un estado de ánimo negativo. Todos buscamos actividades para llenar nuestro tiempo libre y no aburrirnos. Pero algunos estamos de suerte porque varios estudios publicados durante estos últimos años dicen que aburrirse es sano y que dedicar de vez en cuando un rato a no hacer nada ayuda a resetear la mente. Parece ser que en esos momentos de actividad cerebral a bajo rendimiento se activa la red neuronal, un conjunto de áreas localizadas en la corteza prefrontal, parietal y temporal, que interviene en la elaboración de situaciones que despiertan la imaginación o ayudan a planificar el futuro.
Josefa Velasco, investigadora en la Universidad de Harvard, dice que “Si bien los profesionales de la salud mental llevan años tratando de descifrar el misterio que parece haber oculto en el aburrimiento, ha sido recientemente cuando los primeros estudios han comenzado a poner el foco de la atención en su base neurológica”, y añade que la mejor postura frente al aburrimiento “no es tratar de eliminarlo ni celebrar el que acontezca en nuestras vidas, sino simplemente aprender primero a tolerarlo y después a escucharlo”.
Siguiendo esta línea, Sandi Mann, psicóloga británica y autora de “El arte de saber aburrirse” dice que el aburrimiento “puede ser una fuerza poderosa, motivadora, que infunde creatividad, pensamiento y reflexión inteligente”.
Diferentes experimentos realizados con personas han demostrado que, tras pasar un rato realizando tareas aburridas, estas personas han demostrado más creatividad que las que no han sufrido de aburrimiento. Esto nos conduce a pensar que el aburrimiento ha sido un motor del ingenio y que gracias a este estado de ánimo han surgido grandes ideas y descubrimientos como, por ejemplo la gravedad. Se dice que Newton dormitaba aburrido bajo un árbol de su jardín cuando descubrió la gravedad; Smith escribió “La riqueza de las naciones”, pilar de la economía moderna, por el mero hecho de pasar el tiempo en un viaje; y Descartes escribió “El discurso del método” al encontrarse aislado por causa de la nieve.
La escritora francesa Nelly Pons cuestiona “Hemos inventado un montón de artefactos para ir más rápido y aligerar nuestro día: coche, microondas, lavadora, ordenador […]. Está claro que hemos ganado tiempo. Pero, ¿qué hemos hecho con él?”. También el periodista Guillermo López Linares comenta “ Tenemos olvidado el aburrirnos, el vivir lento y sin que te vibre el bolsillo […].Terminamos nuestra jornada laboral y nos preocupa en qué podemos ocupar el tiempo: el gimnasio, la serie de moda… Ocupamos la agenda con cosas que necesitamos hacer, y no dejamos huecos para que el cerebro nos guíe hacia cosas que no habíamos pensado o, simplemente, a no hacer nada”.
Hoy en día aburrirse parece no estar permitido, ya que tenemos al alcance de nuestra mano un montón de variedades de ocio. Sandi Mann comenta que “El ritmo acelerado de la sociedad, en un entorno caracterizado por el cambio, la velocidad y la novedad, nos empuja a perder la capacidad de tolerar la rutina y la repetición en la vida cotidiana” y añade que “Estamos aburridos porque tenemos demasiados estímulos, así que necesitamos más y más estímulos para evitar el aburrimiento. Es un círculo vicioso”.
En la actualidad, es casi impensable ver a alguien sentado en un banco de una estación cualquiera mirando a las musarañas, por ejemplo. A este respecto, el psicólogo José Carrión habla del “miedo” a quedarse a solas con unos mismo y dice “Es como si estuviéramos todo el tiempo huyendo de nuestros pensamientos y buscando con cierta ansiedad cualquier estímulo que nos atrape, sin espacio para pensar dónde queda la introspección. Considero que esa definición de plaga moderna tiene que ver más con la necesidad de estar permanentemente rentabilizando el tiempo que con el hecho de parar y observar”.
Carrión indica que la hiperactividad explicaría el auge de los deportes de riesgo o la cantidad de clases extraescolares que elegimos para nuestros hijos. El psicólogo opina a este respecto que “las clases extraescolares, normalmente elegidas por los padres en su intento de formar y diversificar los recursos de ocio de sus hijos” terminan provocando el efecto contrario y aleta que “Posiblemente los niños que no han tenido que gestionar espacios de aburrimiento tendrán más dificultades para desarrollar un pensamiento independiente, menos capacidad creativa y de improvisación”.
Raúl Martínez es profesor en el Colegio Villa de Móstoles. En 2012 decidió utilizar las hormigas como proyecto educativo, lo que le valió el premio Ginés de los Ríos con una propuesta insólita: el empleo de hormigas como recurso didáctico. Es autor de una trilogía sobre hormigas (Criar hormigas, La hormiga recolectora Messor Barbarus: biología y cuidados, y Las hormigas Lasius: biología y cuidados) y es consciente que criar y observar hormigas es una afición a contracorriente en el mundo tecnológico de hoy. Martínez afirma que “El aburrimiento en un momento dado es muy bueno, porque te sirve para descubrir qué es lo que realmente te gusta, o para imaginar actividades nuevas, más allá de lo que imponen las modas», subraya el docente y divulgador. «Los niños y los adultos muchas veces hacemos lo que nos dicen que nos tiene que gustar. Si no viajas mucho, no ves muchas series, ni estás en redes sociales eres un bicho raro. Si simplemente te gusta pasear con tu familia, escuchar música con los ojos cerrados o dejar aparcado el móvil durante el fin de semana, sin duda, serás considerado un bicho raro. Y si encima crías hormigas…”