El reconocimiento facial nos permite desbloquear nuestro teléfono, identificarnos para hacer un examen online o pagar en un supermercado. En breve, nuestro coche podría indicarnos que nos tomemos un descanso mediante esta técnica, que también podría usar el camarero de una discoteca para saber si alguien está intentando colarse para pedir una copa.
El reconocimiento facial es una apuesta ganadora: es cómodo, atractivo para el usuario y tiene una ventaja añadida en tiempos de coronavirus: no hace falta contacto físico. Pero la cara amable de esta tecnología no elimina los problemas de seguridad y privacidad que vienen denunciándose desde hace años. Los datos biométricos son sensibles y requieren especial protección, ¿qué pasa cuando el PIN eres tú?
¿Cómo funciona el reconocimiento facial?
Tanto nuestro móvil como la policía cuando encuentra a una persona desaparecida entre una multitud utilizan la misma tecnología: el reconocimiento facial no es más que una aplicación dirigida por ordenador que identifica automáticamente a una persona con una imagen digital a partir de la cual extrae una serie de características faciales (datos biométricos) que compara con una base de datos. A partir de aquí, el sistema puede operar de dos modos:
- Verificación o autenticación de caras: el sistema solo confirma si la cara coincide con una fotografía o grupo de fotografías previamente guardadas. El caso típico sería el desbloqueo del móvil.
- Identificación o reconocimiento de caras: el sistema compara la imagen de una cara desconocida con todas las imágenes de una base de datos para determinar su identidad. Es lo que podría utilizar la policía, por ejemplo, para buscar personas desaparecidas.
Aunque los usos del reconocimiento facial abarcan una gran cantidad de sectores, es indudable que el acercamiento al gran público ha venido de la mano de la inclusión en los dispositivos móviles como sistema de desbloqueo. Su antecesora, la huella digital, fue recibida con agrado por los usuarios porque dejaba atrás la tediosa tarea de recordar la contraseña. Sin embargo, el hecho de que haga falta contacto físico entre el dedo y el sensor da problemas en el caso de que uno de los dos esté húmedo o sucio o con el uso de guantes. La industria lleva años explorando las posibilidades del reconocimiento facial en este campo: «El uso del reconocimiento facial para el desbloqueo de los teléfonos ya estaba disponible en 2011 en los teléfonos basados en Android 4.0. El problema en esa versión —y en muchas más recientes— es su seguridad. Cuando se utiliza una cámara normal para capturar las fotos de la cara, basta con mostrar una foto del propietario del teléfono para que nos dé por bueno el reconocimiento», explica Xavier Baró, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC.
El gran salto tecnológico llegó de la mano de Apple en su modelo iPhone X, que incorpora un sensor «que permite crear un mapa en tres dimensiones de la cara y, a partir de ese mapa, sacar una serie de valores para ver si eres tú o no», añade. Unas mejoras en seguridad, según el experto, totalmente imprescindibles sobre todo ahora que utilizamos el móvil para acceder a nuestro banco, realizar pagos o con el auge del internet de las cosas, incluso para acceder a nuestra casa o desactivar la alarma.
Los sistemas de reconocimiento facial están tan avanzados que las investigaciones ahora se centran «en poder reconocer a las personas a lo largo de toda la vida sin necesidad de hacer fotografías constantemente», explica Jordi Serra, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC, «incluso si llevas gafas o barba o no, o si han pasado unos ciertos años. Las fotos que se hicieron virales de cómo eras tú hace tantos años no eran más que un estudio de estas empresas. La gente, sin saberlo, les ayudó a tener más datos, más fotografías y poder identificar a más personas», añade. Ahora el reto es adaptar los sistemas de reconocimiento facial al complemento indispensable de la nueva normalidad, la mascarilla. La compañía española FacePhi ha desarrollado un algoritmo que es capaz de reconocer con más de un 99 % de fiabilidad el rostro de una persona pese a que lleve la mascarilla puesta.
Aplicaciones… ¿del futuro?
Más allá de los móviles, las aplicaciones de esta tecnología son tantas y en tantos ámbitos que es difícil imaginar un futuro en el que las cámaras de reconocimiento facial no formen parte de nuestras vidas. En el campo de la educación, dado que la enseñanza online ha venido para quedarse, los sistemas de verificación de identidad del alumnado se hacen necesarios. Por ejemplo, en junio pasado, unos mil estudiantes de FP en línea de Jesuitas Educación y la UOC hicieron 3.700 pruebas virtuales por primera vez debido a la COVID-19. Cincuenta de ellos se acogieron con éxito a una prueba piloto voluntaria de reconocimiento facial para acreditar su identidad.
Pero hay más. Combinadas con sistemas de realidad virtual, cámaras de reconocimiento facial instaladas en el coche (y trabajando junto con otros sensores que pueden medir, por ejemplo, la fuerza con la que se agarra el volante) pueden detectar que el conductor está cansado y sugerirle realizar una parada; los sistemas de pago en supermercados o restaurantes pasarían a ser contactless y ya no haría falta enseñar la documentación a la hora de acceder a un avión, un concierto o «fichar» para ir a trabajar. Según el profesor Jordi Serra, las investigaciones apuntan al análisis por computador del estado de ánimo, lo que podría tener interesantes repercusiones en el ámbito de la salud, entre otros.
¿Qué dice la ley?
Las posibilidades y aplicaciones casi de ciencia ficción de esta tecnología seducen a los usuarios. Según un estudio de la consultoría de investigación de mercado Harris Interactive, tres de cada cuatro españoles se sienten «muy emocionados y cómodos» utilizando las nuevas tecnologías —como el reconocimiento facial, el control por voz, la tecnología 5G o la inteligencia artificial—, lo que nos sitúa un 19 % por encima de la media mundial. Pero ¿somos conscientes de lo que estamos haciendo cuando etiquetamos a alguien en Facebook, participamos en el último reto viral o nos descargamos la app que nos envejece o nos convierte en emoji?
Esa misma persona que acaba de regalar sus datos biométricos a una app extranjera podría estar firmando una petición en Change.org para que el Ayuntamiento de Barcelona no instale cámaras que podrían hacer reconocimiento facial en las calles, como ha ocurrido recientemente y no solo en esta ciudad, sino también en otras como Londres. Por lo menos en el uso de esta tecnología por parte de los poderes públicos hay algo más de conciencia respecto a las consecuencias del uso indiscriminado del reconocimiento facial. «Desde el punto de vista de la seguridad, esta tecnología tiene indudables ventajas para proteger estructuras críticas como un centro de ciberseguridad o un aeropuerto, pero toda cesión de derechos ha de compensar y ser proporcionada, porque el riesgo es vigilar a la población y saber en cada momento lo que hacen los ciudadanos. Ello podría asimilarse a las medidas de un régimen totalitario», reflexiona Sergio de Juan-Creix, profesor colaborador de Derecho de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y abogado del despacho Croma Legal.
En Europa tenemos el sistema más garantista del mundo de protección de datos y, dentro de la legislación nacional, la actividad de las cámaras de reconocimiento facial afectaría tanto a los derechos de imagen como a la protección de datos. «Las cámaras de reconocimiento facial tienen sobre todo un límite en la normativa de protección de datos, porque lo que utilizan es un dato biométrico para reconocer a la persona, que es la fisionomía de la cara. Este tipo de datos se consideran sensibles y tienen una protección reforzada; por lo tanto, para el uso de cámaras que los analizan, necesitas el consentimiento libre o bien que exista un interés público esencial previsto en una norma con rango de ley que lo haya reconocido, entre otras bases legales», explica De Juan-Creix.
Además, fallan
A los problemas de seguridad y privacidad mencionados, habría que sumar un aspecto ético que también ha ocupado las portadas de los medios internacionales en los últimos meses. Microsoft acaba de afirmar que no prestará el servicio de software de reconocimiento facial a la policía estadounidense durante un año, al igual que ya hicieran Amazon e IBM. Esta última ha ido un paso más allá y ha anunciado que suspende las investigaciones y el desarrollo de sus tecnologías de reconocimiento facial «ante el temor de que puedan utilizarse para promover la injusticia y la discriminación por motivo de la raza».
La decisión se toma en el contexto del movimiento en contra del racismo provocado por el caso George Floyd, pero los problemas venían de antes. La mayoría tienen problemas para identificar a personas no caucásicas: «Todos estos métodos utilizan datos que están disponibles para aprender, pero estos datos no están lo que se llama «balanceados», es decir, que en la muestra no hay el mismo número de personas de cada etnia ni de cada edad o sexo. Por ejemplo, su uso no sería ético si fallara más y levantara más alertas cuando es una chica simplemente porque el sistema tiene más ejemplos de chicos que de chicas, o si la persona es de color y no la puede reconocer. El no poder garantizar que sea un sistema totalmente neutro hace que tengas que justificarlo muy bien antes de utilizarlo», explica Xavier Baró.
Una tecnología muy atractiva para los usuarios que viene con una mochila de contras que hay que valorar cuidadosamente antes de apuntarnos sin pensarlo al próximo reto viral.
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