Los gurús de la tecnología lo advirtieron hace más de medio siglo: la llegada de las máquinas «inteligentes» marcará un antes y un después en nuestras vidas.
El pionero de la informática Alan Turing ya creía en 1951 que algún día sería posible programar una máquina que respondiera preguntas de tal forma que resultara imposible saber si esas respuestas eran humanas o no. Hoy, la inteligencia artificial (IA) le da la razón. Y, aunque le queda un largo desarrollo, esta herramienta ya nos ayuda a elegir la ropa que compramos, las series que vemos, la ruta que seguimos o dónde comemos.
«Nuestra vida ha cambiado desde hace tiempo», afirma Josep Curto, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), refiriéndose al impacto que la IA tiene en nuestro día a día. Lo ejemplifica mediante tareas cotidianas en las que interviene la IA, aunque no seamos muy conscientes de ello: leemos las noticias que nos propone nuestro medio de referencia, tomamos el transporte más adecuado para ir al trabajo, usamos la cara o las huellas dactilares para acceder a nuestros dispositivos móviles, las diferentes plataformas donde compramos nos recomiendan productos —y, por tanto, influyen en nuestra compra—, los sistemas de transmisión en directo (streaming) nos recomiendan contenido, nuestras fotografías lucen mejor gracias a la fotografía computacional, los auriculares nos aíslan mejor del ruido del metro mientras escuchamos música preseleccionada por Spotify o Apple Music…
«Los sistemas de aprendizaje automático están muy presentes en nuestro día a día. Poco a poco se han vuelto de uso habitual para muchos de nosotros sin darnos cuenta», afirma el profesor de la UOC. Y la revolución que trae consigo este avance tecnológico no ha hecho más que empezar. Un análisis de McKinsey calcula que alrededor de un 70 % de las empresas de todo el planeta adoptarán una forma de tecnología dotada de IA en la próxima década. Ni siquiera la pandemia de la COVID-19, que ha paralizado la mayoría de sectores, ha detenido la inversión en IA. Cuando acabe el año, los ingresos en el mercado de IA habrán alcanzado los 156.500 millones de dólares, lo que supone un aumento del 12,3 % con respecto a 2019. Y las previsiones de International Data Corporation (IDC) auguran que los ingresos mundiales superarán los 300.000 millones de dólares en 2024.
¿En qué campos será más revolucionaria la IA, esa herramienta que marcará el futuro de la sociedad como lo hizo la máquina de vapor en la Revolución Industrial? Los expertos coinciden en que en el área de la salud, donde ya se han desarrollado aplicaciones que pueden obtener un gran beneficio de la IA, como Tallk, que permite leer la mirada de enfermos de ELA, y DreaMed, que en tres segundos genera la dosis adecuada de insulina para enfermos de diabetes. Pero no es el único sector que puede dar un gran salto gracias a esta tecnología. En opinión de Josep Curto, la IA también puede resultar decisiva en «otros escenarios, como la agricultura —ligada a la biotecnología—; las ciudades inteligentes, entendidas como ecosistemas que vinculan personas, objetos, procesos y servicios, y la industria 4.0, donde el uso de gemelos digitales puede mejorar nuestros procesos productivos», afirma.
IA en educación, medio ambiente y equilibrio emocional
Además, puede tener un papel protagonista en otro campo donde hasta la fecha su presencia no era tan notable: la educación. Según explican Josep Curto y Teresa Sancho, catedrática de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC, parte del potencial de la IA en el área educativa es que es capaz de definir «patrones de comportamiento» en los estudiantes que permitirán hacer una «predicción temprana de abandono o fracaso». Y no hablamos de algo que llegará en unas décadas, sino de una realidad actual: la UOC ya está ensayando un sistema de IA para detectar a los estudiantes en riesgo de suspender mediante el análisis de grandes conjuntos de datos y la aplicación de algoritmos que aportan modelos predictivos de cómo progresará el estudiante.
Esta personalización del aprendizaje podría derivar en tener un asistente para el desarrollo individual, según apunta un estudio de este año de la Fundación Innovación Bankinter, que también destaca el valor de esta tecnología en la salud mediante un estudio en el sistema sanitario público inglés en el que se predijeron con un 80 % de precisión crisis de ansiedad o de otro tipo gracias al análisis de las historias clínicas de un hospital psiquiátrico.
El medio ambiente es otro campo en el que la IA aportará novedades para la sostenibilidad, como, por ejemplo, «ayuda para encontrar dónde aparcar más rápido, lo que reduciría el consumo por coche, o detectar cuándo se debe recoger la basura, para que el servicio sea más eficiente», explican los profesores de la UOC.
Por último, la IA puede tener un papel relevante en ayudarnos con el equilibrio emocional. La llamada computación afectiva, una tecnología que explora nuestras emociones y puede llegar a reconocer cómo nos sentimos, podría lograrlo. Es capaz, por ejemplo, de mejorar nuestra experiencia de conducción adaptando la temperatura o la música a nuestro estado emocional, pero también puede proporcionar apoyo emocional e incluso detectar de modo precoz problemas psicológicos en sus primeras fases.
Alta demanda de empleo
Si nuestro futuro no podrá entenderse sin la IA, que impregnará todas las áreas de nuestra vida, no resulta difícil percatarse de que quienes se hayan formado en esta tecnología tendrán un puesto asegurado en el mercado laboral. Es la opinión de los expertos, que recuerdan que la mayoría de proyectos actuales que se describen como IA son, en realidad, casos de uso del aprendizaje automático, que, como definió Arthur Samuel, pionero en IA, es «el campo de estudio que brinda a los ordenadores la capacidad de aprender sin ser programados explícitamente». Y, puesto que todos los sectores incluirán el aprendizaje automático en sus procesos de negocio, «aquellos estudiantes que se hayan formado en IA tienen múltiples oportunidades», señala Josep Curto. Sin embargo, para maximizar sus posibilidades será necesario «especializarse no solo por sector, sino también a escala de procesos de negocio y en técnicas, ya que esta disciplina está avanzando a una gran velocidad», afirma.
El reto que se plantea a esta nueva generación de profesionales que trabajen con la IA y a las empresas para las que presten sus servicios es cómo afrontar los problemas éticos que puede suponer este tipo de tecnología. «Todavía queda mucho recorrido en este punto, tenemos una cuenta pendiente», afirman los expertos de la UOC, que piden mayor concienciación a las empresas, a los equipos de analítica, a las instituciones y también a los clientes y la ciudadanía. Según Curto y Sancho, es necesario un enfoque humanista, que creen que supondrá un cambio cultural. «Pasará por sensibilizar a toda la ciudadanía de la importancia de los datos para la toma de decisiones y por formar a los profesionales en competencias transversales», indican.
La Unión Europea publicó White Paper on Artificial Intelligence (‘Libro blanco de la IA’), en el que apuesta por la «mejora» que supondrá esta tecnología en la salud, la eficiencia y la seguridad, pero también apunta a la necesidad de tener una legislación para que la IA esté «construida sobre valores y derechos fundamentales como la dignidad humana y la protección de la privacidad». Se trata de un riesgo que detecta la sociedad europea, ya que en una consulta pública sobre este documento un 90 % de los encuestados afirmaba estar «preocupado» por el hecho de que la IA pudiera «romper» derechos fundamentales y a un 87 % le inquietaba que fomentara «la discriminación».
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