El número de usuarios activos en redes sociales supera ya los 5.000 millones, es decir, el 62,3% de la población mundial se conecta a sus plataformas favoritas, y lo hace una media de 2 horas y 23 minutos, según los datos del informe “Global Digital Report 2024”, publicado por We Are Social.
Sin duda, se han convertido en una herramienta de marketing muy efectiva para incrementar las ventas, llegar a sus públicos, comunicarse con las audiencias y fidelizar a sus clientes. Y, de hecho, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 58% de las empresas españolas tiene presencia en redes sociales y, de ellas, más de la mitad son pequeñas y medianas compañías.
Con su uso en constante ascenso y un panorama de amenazas cada vez más complejo, los expertos de Innovery han hecho un análisis para identificar los principales riesgos de las malas prácticas pueden implicar para la ciberseguridad corporativa. Para Luis Carlos Fernández, asesor estratégico de la firma, “el principal es la suplantación de identidad, un tipo de ataque que crece exponencialmente ligado al desarrollo del universo digital, la facilidad de llevarla a cabo utilizando la inteligencia artificial, técnicas de ingeniería social y que hace que las redes sociales puedan ser una puerta de entrada a ciberataques cada vez más graves”.
A la hora de perpetrar robos de identidad, las técnicas más empleadas son las de ingeniería social como el phishing, el spoofing o el smishing. Estas actividades ilícitas pueden dar también pie a ataques de malware, como el ransomware, que puede desembocar en un ataque a los sistemas y la red corporativa y el secuestro de datos e información sensible.
Para eliminar ambos riesgos, se recomienda a las empresas que, antes de poner en marcha su estrategia en redes sociales, dedique tiempo a definir la política de seguridad que regirá su presencia en las distintas plataformas, asegurándose de qué usuarios tendrán acceso a las cuentas y con qué fin, que las contraseñas de los perfiles sean robustas y se cambien de forma periódica, y que se establecen medidas técnicas activas de protección que dificulten el acceso de los ciberdelincuentes a los sistemas corporativos.
También será clave la concienciación y la formación de los empleados en materia de ciberseguridad para que sepan detectar movimientos sospechosos y cómo actuar para que el ataque, en caso de que ocurra, impacte lo menos posible en la actividad ordinaria y la reputación de la compañía. A través de monitorizaciones técnicas y sociales es posible detectar comportamiento y posicionamientos anómalos que no atienden al patrón típico de la compañía. Imponer estos mecanismos de rastreo son esenciales, tal y como apunta el experto de la compañía, de lo contrario, cuando la empresa detecte la suplantación, el daño puede estar muy extendido y puede llegar a ser irreversible.
“El robo de identidad se produce, la mayoría de las veces por la falta de concienciación y formación de los empleados en el área de ciberseguridad, porque se tiende a caer en la trampa que preparan los ciberdelincuentes, también favorecido por una inadecuada actualización de las medidas de seguridad. No obstante, también es cierto que los ataques se están volviendo cada vez más sofisticados y difíciles de detectar, pero no solo para los trabajadores, sino también para los profesionales de la ciberseguridad”, concluye Luis Carlos Fernández.