Las empresas españolas se aseguran contra multitud de riesgos, pero no todas las empresas ni contra todos los riesgos. Es más, consta en el sector empresarial y en el asegurador que esto último es así. Estar infra asegurado puede ser tan malo como estar sobre asegurado. Lo mejor es estar óptimamente asegurado. Pero, ¿quién sabe decirnos si estamos óptimamente asegurados en nuestra empresa? En cualquier caso, el seguro protege a la empresa.
Cualquier contingencia o riesgo de cierta envergadura puede dar al traste con una pequeña (o no tan pequeña) empresa. El daño que un estallido reputacional, un accidente que implique costes elevados para la empresa o para terceros, un simple impago incluso, pueden causar a una empresa no asegurada contra ese riesgo un problema de liquidez o de solvencia y significar su desaparición.
Muchos empresarios ceden ante la falsa impresión de que esos riesgos o no les suceden a ellos o suceden con una probabilidad muy reducida, mientras que el pago de la prima de una póliza de seguro es cierto, regular y, lo que muchos ven peor, si no te pasa nada acabas «perdiendo» dichas primas sin rescate posible. Aquéllos empresarios que piensan de esta manera pueden, a su vez, pensar que es mejor no hacer nada o, alternativamente, provisionar por si ocurre «algo», es decir, autoasegurarse. Pero, si algo severo ocurre, lo más probable es que cualquier provisión sea insuficiente, se pierda de todos modos y, se haya provisionado o no, la empresa quede a los pies de la quiebra.
Quien, por el contrario, asegura los principales riesgos de su empresa, lo hace consciente de que, si no le ocurre nada, está pagando los daños sufridos por otro empresario a quien sí le han golpeado los riesgos asegurados. Y de que, si le hubiesen ocurrido a él, habría salvado su empresa a cambio de una prima que resultaría ser una pequeña fracción de las rentas, activos y derechos que habrá logrado proteger gracias al seguro.
En este contexto conceptual, verdaderamente simple de explicar y comprender, sorprende constatar la reducida cobertura de sus riesgos que las pymes españolas incorporan al conjunto de acciones, recursos y protocolos que forman el escudo protector de su actividad. Naturalmente, esto no es la causa de los siniestros que golpean a las empresas, a menos que se acepte que la ausencia o presencia del seguro modifica el comportamiento de los agentes en lo que tienen que ver con la precaución o el descuido, respectivamente, con los que actúan.
Ciertamente, el riesgo aumentado (moral hazard), con el que tienden a actuar algunos agentes que se escudan en la protección que han comprado para actuar negligentemente, es un tema recurrente y sustantivo en la industria del seguro, pero puede corregirse con las cláusulas adecuadas en un contrato de seguro.
Pero el insuficiente aseguramiento de los riesgos que corren las empresas que se ha visto en la crisis con el crédito comercial y los impagos, o los meros retrasos de pagos, sí es la causa de un número de quiebras empresariales que se podrían haber evitado. Una quiebra empresarial es un evento que ni la empresa afectada ni las empresas acreedoras de ella pueden permitirse y, según qué accidente la haya causado, pueden limitarse sus daños considerablemente mediante el seguro a un coste que, finalmente, se habrá revelado insignificante en el plano estratégico.
A pesar de lo mucho que sabemos sobre las condiciones financieras y operativas en las que se desenvuelven las empresas, sabemos poco acerca de los daños evitables que estas soportan y también de los daños que se han evitado gracias a que los empresarios han tomado las precauciones adecuadas. Lo que no quiere decir que la información necesaria para adquirir este conocimiento no exista. Sí existe, en el ámbito asegurador, pero solo sirve para los propósitos internos de la industria, como debe ser, y apenas sirve para derivar conocimiento abierto, al alcance de todas las empresas, del que puedan extraerse bases técnicas y «conductuales» para una mejor protección integral de todas las empresas y para la educación en la materia de sus dueños y directivos. En beneficio del conjunto de la sociedad.
Ante este desconocimiento es difícil extender la base del seguro, hacerlo más competitivo y eficiente para todos, incluida la industria aseguradora, y, en definitiva dar más estabilidad y valor a nuestras empresas, especialmente a las pymes. Es claro, al menos en mi opinión, que necesitamos el conocimiento al que aludo, no tanto la información, para diseñar mejores productos de aseguramiento y servir mejor a nuestras empresas.