El emprendedor multimillonario Elon Musk, con la ayuda del bloguero y dibujante Tim Urban, ha publicado un texto ilustrado de 36.400 palabras en el que explica el objetivo de su nueva empresa Neuralink y su misión de emplear implantes cerebrales para vincular directamente las mentes humanas con ordenadores (ver Los investigadores que vendieron Neuralink a Elon Musk sin saberlo).
El texto afirma que debemos mejorar nuestra lenta e imprecisa comunicación oral con una conexión cerebro-ordenador. Esto no sólo mejoraría nuestra relación con la inteligencia artificial (IA), sino que, según Musk, daría lugar a la telepatía entre personas.
Musk incluso ha definido un calendario. Asegura la gente sana podría empezar a recibir implantes cerebrales a modo de nuevas interfaces informáticas dentro de entre ocho y 10 años.
Y yo digo: eso no va a suceder.
El problema con el texto de Musk es que, a pesar de lo largo que es, en ningún momento menciona cómo se va a hacer. Entre las maneras relativamente burdas que existen actualmente para registrar lo que pasa en el cerebro y lo que Urban denomina como un «sombrero de mago», no hay más que una línea discontinua.
Musk no es el único que intenta conectar cerebros humanos. Facebook, en su propio intento surrealista de acaparar atención mediática, hizo subir al escenario a la antigua directora de DARPA, Regina Dugan, con la afirmación de que dentro de dos años la red social dispondrá de una gorra capaz de transmitir frases pensadas a un ritmo de 100 palabras por minuto (ver Los planes de ciencia ficción de Facebook para teclear con la mente y oír con la piel). En el caso de la red social, la gorra estará diseñada para ayudar a los usuarios a «compartir» sus pensamientos. Por el contrario, la visión de Musk propone implantar un conjunto de electrodos dentro del cerebro para conectarlo con la inteligencia artificial. Piense cómo Google autocompleta sugerencias sobre las palabras de búsqueda que usted introduce. Musk aspira a replicar ese proceso en tiempo real, pero dentro de nuestras cabezas.
Es imposible afirmar que el futuro incluya alguna tecnología por descubrir que convierta la idea de Musk en una realidad. Pero por lo que yo sé sobre implantes cerebrales, será algo muy dificil de conseguir y sus plazos no sólo son incorrectos, son majaderías.
Empecemos con el tema de los tiempos. Un implante cerebral es un dispositivo médico que requiere una neurocirugía. Y para demostrar que funcionan es necesario realizar una serie de experimentos progresivos que llevan años cada uno y empiezan con ratas o monos.
Un ejemplo de plazos del mundo real es el de la empresa NeuroPace, que fue fundada en 1997 para desarrollar un implante que controlara los ataques epilépticos. Su aparato realmente detecta un futuro ataque y aplica una descarga al cerebro para impedirlo. El dispositivo fue aprobado en 2013, 16 años más tarde. Y eso iba dirigido a un trastorno médico muy grave para el cual las cirugías cerebrales son comunes. ¿Colocar un implante en gente sana? Eso requeriría unas pruebas de seguridad extraordinarias. Y resulta difícil de imaginar, porque en cuanto se abre la cabeza a alguien, se pone en riesgo su vida. En MIT Technology Review, solo nos consta un caso de una persona sana que haya recibido un implante cerebral: una disparatada maniobra realizada en América Central por un científico que intentaba realizar investigaciones con su propio cuerpo. Provocó complicaciones que hicieron peligrar su vida.
Así que el plazo de Musk para implantes que mejoren las funciones cerebrales es obviamente poco realista. Y probablemente también lo sea el de Facebook, pero por otros motivos. El dispositivo que explicó Dugan se colocaría fuera del cráneo, lo que complicaría su tarea de captar lecturas cerebrales precisas. Aparentemente, la idea consiste en lanzar fotones que atravesarán el cráneo para observar lo que vuelve tras rebotar contra el cerebro, ya que es posible observar la actividad neuronal al medir cómo las células reflejan la luz.
Durante su ponencia, Dugan citó el trabajo del profesor de la Universidad de Stanford (EEUU) Krishna Shenoy, que forma parte de un equipo que este año ha fijado un nuevo récord de tecleado mental de ocho palabras por minuto. Pero el logro ha requerido una década de trabajo y el implante de electrodos dentro del cerebro de voluntarios paralizados. «La mayoría de la gente del campo preguntaría si el rendimiento no invasivo sería capaz de acercarse al nivel de rendimiento de los sensores implantados, y la mayoría diría que no, y por mucho», escribió Shenoy en un correo electrónico. Entonces, ¿de qué habla Facebook? ¿Cómo espera rendir 10 veces mejor con una gorra con luces? «No tengo ni idea», dice Shenoy.
De nuevo, permitir que la gente convierta los pensamientos en texto con precisión y la misma rapidez con la que las pronunciamos podría ser posible. Pero harían falta algunos grandes avances que tienen escasas probabilidades de alcanzar la perfección en cuestión de dos años.
En algunas circunstancias, la lectura cerebral en realidad sí funciona. En 1969, cuando el científico Eberhard Fetz conectó una neurona del cerebro de un mono a un dial, el mono aprendió a disparar esa neurona para mover el dial para obtener una bolita de pienso. Desde entonces, los científicos han empleado los implantes en la corteza motora que pacientes paraliticos puedan mover un brazo robótico con bastante destreza y, como en los estudios de Shenoy, operar el cursor de un ordenador.
Estos dispositivos se aprovechan de cómo se disparan las neuronas dentro de la corteza motora cuando uno piensa en mover un brazo o una pierna. Resulta que estas neuronas se activan todas a la vez cuando nos movemos, pero su velocidad relativa contiene informaciones vectoriales sobre las extremidades. Al utilizar electrodos para grabar la actividad de varias decenas de neuronas, se puede percibir el movimiento en cuanto el sujeto piensa en él.
Así que no debemos «menospreciar toda la neurotecnología» y la lectura cerebral, afirma el científico de la Universidad de Pittsburgh (EEUU) Andrew Schwartz, que ayudó a descubrir los patrones motores y ha conectado a algunas personas a a brazos robóticos. Sin embargo, añade que no sabe a qué están jugando Musk y otras figuras de Silicon Valley (EEUU) al perseguir estas tecnologías. El experto sentencia: «Creemos que la idea de que saben lo que buscan es una ilusión», asegura Schwartz.
Durante las últimas semanas, he preguntado a varios neurocientíficos y emprendedores sobre Musk. La mayoría no ha querido hacer comentarios por la escasez de datos técnicos. Recibí muchas respuestas muy educadas. Aquí está la del neurocientífico de la Escuela Politécnica Federal de Lausana en Ginebra (Suiza) Gregoire Courtine, cuyo trabajo con interfaces cerebrales fue incluido en nuestra lista de las 10 Tecnologías Emergentes de 2017 (ver TR10: Deshacer la parálisis): «Creo que no sé lo suficiente sobre este proyecto como para tener una opinión educada al respecto, pero me emociona muchísimo que una mente brillante que ya está ampliando las fronteras de la ciencia y de la industria esté invirtiendo recursos en la ingeniería neuronal del cerebro».
Otros varios afirmaron que creen que el dinero y empuje de este gran hombre podrían ser justo lo que la neurotecnología necesita para salir del laboratorio. La ventaja de Musk se basa en asumir problemas demasiado complejos para emprendedores a los que no les gustan los riesgos, como la fabricación de coches eléctricos (Tesla) o el lanzamiento de cohetes (SpaceX). En ambos casos, también la misión de Musk es más amplia, como salvar al planeta del calentamiento global o lograr transportar a la humanidad a otro planeta sustituto.
Las tecnologías de implantes cerebrales han avanzado muy lentamente y aún están bastante atascadas en la academia debido a su complejidad. Hace falta una forma de grabar la actividad cerebral, un compacto conjunto de chips inalámbricos para transmitir las señales, algoritmos que sepan interpretarlas y los conocimientos médicos para realizarlo todo. «No depende sólo de la tecnología sino también de la ciencia», señala el investigador de neurociencia del Hospital General de Massachusetts (EEUU) Shaun Patel, quien investiga interfaces cerebro-ordenador. «Es la ejecución de muchas facetas. No existe un único problema. Hay muchos problemas», añade.
Patel se siente entusiasmado respecto a la posibilidad de mejorar a los humanos. Y Musk reconoce que es el tema más importante: antes de lograr la telepatía, Neuralink tendrá que encontrar una enfermedad a tratar. «Demostrar una solución para una necesidad médica: ese va a ser un crítico primer paso para cualquiera», afirma Patel y añade: «Pero también permite desarrollar las tecnologías base, incluidas baterías y las muchas cosas que se necesitan antes de poder imaginar la idea futurista de descargarse una aptitud nueva al cerebro, como tener un cinturón negro de kárate. Es un punto de apoyo».
Existen algunas pruebas que sufieten que Musk ha elegido un buen momento para invertir. El implante cerebral más utilizado es un dispositivo de silicio del tamaño de una chincheta llamado el conjunto Utah creado hace 20 años. Pero recientemente han aparecido nuevas invenciones y técnicas de medición cerebral, como la optogenética, y planes para grabar muchas neuronas de golpe. Uno de los cofundadores de Neuralink, D.J. Seo, trabajó antes en la Universidad de California en Berkeley (EEUU) en un concepto llamado «polvo neuronal» que inyecta miles de diminutas motas de silicio al cerebro capaces de grabar y transmitir informaciones por medio de vibraciones acústicas.
Otra cosa a favor de la propuesta de Musk es que la simbiosis entre los cerebros y los ordenadores no es una ficción. ¿Recuerda esa persona que tecleaba mediante señales cerebrales? ¿O la gente paralizada que mueve brazos robóticos? Estos sistemas funcionan mejor cuando el ordenador completa los pensamientos de la gente. El sujeto solo tiene que teclear «mier…» y el ordenador hace el resto. De forma parecida, un brazo robótico tiene su propia inteligencia. Sabe cómo desplazarse: solo hay que mandárselo. Así que aunque sólo se consigan señales parciales del cerebro, estas pueden ser transformadas en otras más completas. La idea de Musk es que nuestros cerebros podrían integrarse con la IA de maneras que ni siquiera percibiríamos: imagínese una especie de herramienta que completa los pensamientos.
Así que no es ninguna locura creer que en el futuro tal vez haya algunas interfaces cerebro-ordenador muy interesantes. Pero ese futuro no es tan próximo como Musk quiere hacernos creer. Por un lado, abrir el cráneo de alguien no es algo trivial. Por otro, las tecnologías necesarias grabar de manera segura más de cien neuronas a la vez, como el polvo neuronal, el lazo neuronal, conjuntos ópticos que se abren paso por los vasos sanguíneos, siguen mayoritariamente en la fase de diseño.
Entonces, ¿qué es lo que se me escapa? ¿Qué es lo que lo hace que Musk y Facebook se sientan cómodos al prometer la telepatía pública de aquí a un par de años?