Resulta cotidiano y habitual el hecho de que, ante situaciones que no hemos sabido resolver, ante reveses del azar y la fortuna, nos refugiemos en un socorrido aserto: «Lo importante es la salud». También, recurrentemente, al enunciar los consabidos deseos para el nuevo año con el brindis de Nochevieja nunca nos olvidamos del universal: «salud para todos».
La preocupación por la salud no puede ser sino una consecuencia lógica de lo trascendente que resulta su buen estado para nuestro devenir vital y para nuestra felicidad más elemental, pero cuando la racional y prudente atención degenera en obsesión y produce una ansiedad que persiste incluso tras evaluaciones médicas favorables, nos encontramos frente a un cuadro de hipocondría: la persona que la padece teme estar enfermo y no haber sido diagnosticado.
Los afectados elaboran su propio diagnóstico, consultan compulsivamente en libros y, preferente y prioritariamente, en Internet los síntomas de determinadas enfermedades que creen padecer y los identifican, sin ningún género de dudas, en su propio organismo. Así llegamos a lo que se define comocibercondría,padecimiento que sufre alrededor del 3% de la población.
La sensación de fragilidad y el aciago augurio de que algo falla en nuestro interior es un rasgo consustancial al ser humano y le acompaña desde los más remotos precedentes de su existencia, pero con los nuevos recursos informáticos y con la información más detallada, si bien no siempre la más precisa, a la distancia de un click, esta paranoia se ha multiplicado en nuestros días hasta el paroxismo.
Esta hipocondría cibernética tiende a retroalimentarse y a crecer como una bola de nieve en pleno descenso: el individuo identifica o cree detectar ciertas sensaciones corporales que conceptúa de patológicas, amplificándolas hasta configurar una supuesta enfermedad. A partir de aquí, su conducta compulsiva va en aumento buscando nuevos diagnósticos, encontrando distintos tratamientos. Lo que al final sucede es que focaliza y centra su comportamiento en esta obsesión y la calidad de su vida familiar, social y laboral se resiente sin remedio.
Con el incremento de la información vía web se produce un correlativo aumento de personas en riesgo, sobre todo por la posibilidad manifiesta de una errónea y pesimista interpretación de la sintomatología al consultar al que podríamos denominar médico web.
Esta enfermedad tiene mayor incidencia en edades comprendidas entre los 35 y 55 años y, sobre todo, en personas que hayan contemplado problemas de salud serios en su entorno familiar, para las que cualquier indicio se transforma en una alarma.
¿Cómo es una persona que padece “cibercondría”?
- Miedo disfuncional. En la base de quien padece esta patología hay un desmedido miedo a la muerte. Esto provoca sentimientos de angustia y/o síntomas de depresión porque viven en la creencia de que sus padecimientos no son evaluados eficazmente por los médicos.
- Emociones negativas. Son personas inseguras, ansiosas y, en general, sus pensamientos negativos y/o catastróficos los aplican no solo a sus síntomas, sino a toda situación cotidiana de su vida. Acorralados en sus pensamientos y aferrados a sus sensaciones corporales negativas, pierden toda posibilidad de placer y proyección en sus vidas.
- Pensamientos obsesivos. Quien padece cibercondria en forma obsesiva examina su cuerpo buscando algún cambio corporal visible para, automáticamente y en forma compulsiva, buscar información de la enfermedad que cree padecer.
Claves para ayudarte a desactivarla
1 – Descentralización de pensamientos. Generalmente,quien la padece piensa y habla permanentemente del tema, comenta sus síntomas y habla de su preocupación sobre sus supuestas enfermedades con quienes tenga la oportunidad de hacerlo. Esto es utilizado con la creencia de que es un “recurso” para aliviar la ansiedad y el miedo, pero en realidad lo refuerza. Por eso es importante intentar acortar el tiempo que se piensa sobre el tema, hacer los relatos con menos detalles, hasta reducir la cantidad diaria. Esto te puede ayudar a desactivar las emociones negativas y la intensidad de los pensamientos.
2 – Toma de conciencia. Trata de contar las veces que fuiste al médico y la cantidad de estudios clínicos realizados en el último año. Escribe sobre la evolución de los síntomas consultados. ¿El motivo de la consulta médica fue siempre el mismo? ¿Cuáles de tus temores acerca de tus autodiagnósticos fue finalmente como lo pensaste? Esta toma de conciencia favorece que puedas salir del mundo mental, del mundo de las «ideas» y conectar así con lo positivo y negativo de tu realidad.
3 – Abriendo emociones. Toma nota al finalizar cada día de las situaciones que viviste y que te hicieron sentir bien. Puede ser el haberte animado a decir o hacer lo que no podías o simplemente registra aquellos momentos en los que te sentiste relajada/o o alegre. Fortalecer las emociones positivas te ayuda a conectar con tu potencial.
Date la oportunidad de enfrentar el miedo a la enfermedad. Toma un dolor de cabeza solo como un síntoma molesto, proponiéndote que si persiste, vas a consultar a un médico sin creer que es la antesala de una enfermedad terminal. Consultar los portales médicos para buscar información puntual haciéndolo ocasionalmente te permite redescubrir tus fortalezas, tu criterio, tus proyectos de vida. Porque, en definitiva, el miedo a la enfermedad o el miedo desmedido a la muerte es el miedo a la vida disfrazado.
Autores:
- Verónica Rodríguez Orellana, Coach Ejecutiva Terapeuta y Directora de Coaching Club
- Ernesto de Antonio Hernández, Licenciado en Matemáticas y Estadística (UCM, articulista y colaborador en Coaching Club)