La Comisión Europea tiró de las orejas a España hace apenas un par de meses. Su diagnóstico con respecto a la innovación fue el siguiente: somos uno de los países con peores niveles del continente.
Falta financiación y apoyo público, las pymes no aportan lo que debieran, hay bajo nivel de emprendimiento y la financiación privada para proyectos públicos es prácticamente inexistente. Pero en este escenario tan complicado hay motivos para el optimismo, y el binomio universidad-empresa desempeña un papel fundamental para conseguirlo. Porque nos enfrentamos a un mundo globalizado, con nuevas necesidades formativas, nuevas formas de trabajar, empleos que hace dos años no existían y trabajos que desaparecerán en otros dos, en los que la innovación tiene un peso y una influencia estratégica.
Las universidades, por tanto, tienen una enorme responsabilidad para contribuir a que la Comisión Europea cambie su opinión sobre nuestro país. IMF Business School ha identificado los retos a los que se enfrenta la educación universitaria, cuyos centros no pueden resignarse a ser sólo generadores de conocimiento.
- Apostar por el emprendimiento: no se limita únicamente a que los alumnos monten una empresa. Se trata de dotarles de competencias para que asuman riesgos, resiliencia y creatividad. Que sean capaces de trabajar por cuenta propia sin necesidad de un empleador.
- ‘Incubar’ alumnos autónomos: vivimos en un entorno en el que todo cambia de manera vertiginosa. La universidad debe enseñarles a adaptarse a él, a tener en cuenta que probablemente no trabajen en aquello para lo que se han formado y que necesitan un constante reciclaje profesional.
- Cambiar la forma de dar clases: hay que enseñar al alumno a hacer y no sólo a conocer. Y ya que hablamos de innovación, es necesario incorporar la formación virtual y que el profesor asuma que su trabajo ahora lo desempeña con igualdad, ya que los alumnos pueden llegar con un conocimiento profesional previo y compartir sus experiencias en clase.
- Abrirse a las empresas: ahora más que nunca las universidades necesitan del tejido empresarial y viceversa. Para desarrollar programas de prácticas profesionales para los alumnos, para realizar proyectos de investigación conjuntos, para crear grupos de trabajo de empresarios que participen en el diseño de planes curriculares, para que las empresas puedan plantear sus problemas y sean los alumnos los que puedan ayudarlas a encontrar soluciones concretas…
Para Carlos Martínez, presidente de IMF Business School, “las universidades tienen que dejar de ser solamente espacios que albergan a personas que aprenden. Deben ser uno de los pilares de investigación e innovación y ofrecer a los alumnos una salida al mercado laboral al que se enfrentan, en constante cambio y en el que se necesitan todo tipo de competencias. Con este objetivo y con de ofrecer un aprendizaje mucho más cercano entre el alumno y el profesor, en la escuela hemos puesto en marcha una metodología «Student Centered Learning», que pone al estudiante en el centro de la actividad formadora de manera que los profesores dejan de ser comunicadores unidireccionales para convertirse en guías e inspiradores que muestran el camino para adquirir los conocimientos”.