La actriz Kate Winslet, la cantante Jennifer López, la abogada y escritora Michelle Obama e, incluso, el astronauta Neil Armstrong: todas son personas de éxito y todas han creído en algún momento ser un fraude y no merecer sus logros.
Padecen el síndrome del impostor, un fenómeno psicológico descrito por primera vez en 1978, que afecta al 70 % de las personas en algún momento de sus vidas, según el estudio The impostor phonomenon, publicado en el International Journal of Behavorial Science. Las personas con este síndrome tienen dificultades para aceptar sus logros como mérito propio (los atribuyen a otros motivos) y sufren un miedo persistente de ser descubiertos como una especie de impostor (fake) laboral. «La mayoría de las personas que lo padecen se reconocen en este síndrome cuando se les explica en qué consiste», dice Eva Rimbau, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experta en recursos humanos.
Lo más llamativo es que «se da sobre todo en personas con alto rendimiento», explica Marta Calderero, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación, también de la UOC. «A pesar de las múltiples pruebas de su valía, a la persona le invaden sentimientos de incompetencia e inseguridad», dice. Es, por lo tanto, un sentimiento y una apreciación subjetivos que no se sustentan en pruebas e indicios reales. Y aunque las trayectorias laborales lo refuten, «ellos achacan los buenos resultados a factores externos, como la suerte o el trabajo duro, en vez de atribuirlos a sus habilidades y conocimientos», añade la profesora.
«Las personas sabemos dónde están nuestras carencias, pero no vemos las de los demás. Siempre nos parece que el resto está mejor preparado que nosotros», comenta Eva Rimbau. En un mundo de sobreexposición, en el que las redes sociales (y no solo las redes) únicamente reflejan los éxitos, se puede lanzar el «falso» mensaje de que en ciertas personas el fracaso no existe. «Nadie habla sobre cuántos fallos o rechazos ha tenido que afrontar hasta llegar a donde ha llegado», dice Rimbau. «El problema es que no se habla de los tropezones y los fracasos como de algo que te ayuda a avanzar. Lo normal es no conseguir las cosas a la primera; entonces, ¿por qué no aceptarlo como parte natural del proceso?», se pregunta la experta en recursos humanos.
Esta «errónea» interpretación de la realidad les hace creer que son unos impostores y están seguros de que en caso de ser cuestionados, se descubrirá el engaño. Por ello, temen los momentos de evaluación y exposición y rechazan los elogios. «En su mente aparecen pensamientos recurrentes de cuestionamiento: «¿Qué derecho tengo de estar aquí?». Y esto provoca reacciones exageradas, como invertir horas excesivas en trabajar una cuestión que ya dominan o dar respuestas evasivas por temor a no ser capaces de hacerlo perfecto. Ambas respuestas refuerzan este ciclo y lo perpetúan», advierte Marta Calderero.
¿Son más propensas las mujeres a sentirse un fraude en el trabajo?
El informe encargado por Access Commercial Finance en Reino Unido desveló que los hombres tenían un 18 % menos de posibilidades de sufrir el citado síndrome. Dos tercios de las mujeres afirmaban haberlo experimentado. Este mismo estudio reveló que las críticas son la principal causa por la que las mujeres se ven a sí mismas como un fraude: una de cada cuatro admitió que los juicios de los otros minaban su seguridad. Además, una de cada cinco admitió que tener que pedir ayuda también les hacía dudar de sus capacidades.
Los jóvenes tampoco son inmunes. De hecho, aunque muchos no tengan puestos de responsabilidad y a pesar de que acaban de aterrizar en el mercado laboral, son más propensos a padecer este síndrome, según el estudio llevado a cabo en Reino Unido. Así, el 86 % de los jóvenes de 18 a 34 años de edad admitieron haber sentido en el último año que no merecían su puesto de trabajo. Las personas de 45 a 54 años fueron las que menos lo experimentaron.
En cuanto a los ámbitos laborales, una encuesta publicada a principios de este año realizada a más de mil investigadores en Estados Unidos halló que las mujeres en entornos académicos sufren niveles de síndrome del impostor por encima de la media. El informe Fenómeno impostor y motivación: las mujeres en la educación superior, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos), desveló que muchas de ellas sentían que no se merecían su trabajo.
Otro estudio, realizado en esta ocasión a empleados de empresas tecnológicas como Amazon, Facebook, Microsoft o Google, desveló que más de la mitad de los trabajadores del sector tecnológico reconocía haber padecido el síndrome del impostor. Blind, la plataforma de redes sociales anónimas para profesionales, encuestó a más de 10.000 empleados de empresas tecnológicas y casi el 58 % de ellos admitió que en algún momento se habían sentido un fraude.
Rasgos comunes: autoexigencia, puestos de responsabilidad, perfeccionistas…
Lo que sí tienen en común todos los afectados por el síndrome del impostor, explica Rimbau, es un alto nivel de autoexigencia y, además, «cuanta más responsabilidad se tiene, mayores son las posibilidades de sufrirlo». «Las personas perfeccionistas, autocríticas, con miedo al fracaso y que se autopresionan mucho para alcanzar los logros también tienen mayor riesgo de padecer este síndrome», comenta Calderero.
«Las presiones sociales aumentan el problema. Actualmente hay una presión desmedida por lograr nuevos objetivos, que nunca tiene fin; cada vez más nuestra autoestima se vincula al logro conseguido. Esto, sumado a la falta de un retorno (feedback) claro y positivo por parte del entorno, genera en las personas una gran confusión a la hora de diferenciar mensajes de aprecio y aprobación y críticas constructivas, y críticas injustificadas o irrespetuosas», explica la profesora de psicología.
«Este sentimiento de ser un fraude puede llegar a ser bloqueante y convertirse en una barrera que impida seguir creciendo en el entorno laboral», advierte Eva Rimbau. De hecho, tal y como muestra un estudio realizado en 2016 en la Universidad de Salzburgo (Austria), la mayoría de las personas que lo sufren ven limitada su carrera profesional, tienen sueldos más bajos, menos promociones que compañeros con capacidades y experiencia similares y mayor incapacidad para buscar nuevos empleos.
Cinco claves para superar el síndrome del impostor
Buscar las evidencias: escribir en una lista todos los logros, habilidades y éxitos y después reconocer el valor de cada uno de ellos.
Rodearse de seres queridos: expresar a las personas más allegadas lo que sucede. Además, es muy importante rememorar con ellas todos los éxitos. «Todos tenemos derecho a recibir elogios y a sentirnos bien por ello», explica Calderero.
Detectar los falsos errores: anotar aquellos aspectos que se piensa que no se hacen bien y someterlos a una evaluación realista. «Así podremos darnos cuenta de que vemos las cosas bajo las gafas de la excelencia. Cuando dices que lo has hecho mal, ¿en realidad estás queriendo decir que no te ha salido perfecto? Si es así, puedes cambiar esa percepción distorsionada reevaluando los resultados. Existe una amplia gama de grises (lo he hecho no muy bien, regular, correcto, bien, muy bien…)», añade la psicóloga.
Compartir la experiencia: ayudar a otras personas con menos formación o experiencia. Dar clase a estudiantes más jóvenes puede ayudar a las personas que sufren el fenómeno a darse cuenta de lo lejos que han llegado y de la gran cantidad de conocimientos y experiencias que pueden aportar.
Apreciar «lo bueno que hay en lo malo»: de los fracasos también se aprende «a hacerlo de otro modo, a perseverar, a mejorar…», concluye Eva Rimbau.