Podemos estar de acuerdo con que la misión de la compañía es lo más importante, sí.
Las empresas debemos ser capaces de enfocar los recursos y el tiempo hacia la implementación de estrategias que no nos aparten del rumbo fijado que nos define y nos diferencia del resto. Es importante conocer bien cómo es la organización, quiénes son los clientes y las razones por las que nos compran o quiénes son la competencia, pero también es indispensable saber con claridad cómo deberíamos ser.
Sin lugar a dudas, la misión y la visión son clave para lograr la calidad y la eficacia empresarial. Pero nunca sería posible todo esto sin tener en cuenta a las personas que trabajan en la empresa,verdaderos colaboradores para que todo funcione. Por tanto, ¿de qué dependen la calidad y la eficacia de la empresa? ¿De la eficiencia de los recursos económicos? ¿De la rentabilidad de los activos? ¿O de nuestras inversiones en talento?
Aquello de que las personas son el principal activo de la empresa es una afirmación tan manida que pierde convicción en ciertos ámbitos de gestión, pero sí es un punto de partida clave para comprender que los esfuerzos orientados a la gestión de personas se traducen en un incremento de la rentabilidad económica de la empresa. Una persona comprometida, trabaja mejor. Una persona comprometida incrementa la productividad laboral y, por tanto, mejora la rentabilidad económica. Esta es una realidad que se traduce en que las empresas que invierten en talento y en las condiciones laborales, tienen mejores resultados económicos: las compañías ganan valor con colaboradores más comprometidos.
Veamos por tanto cuáles son los tres pilares fundamentales que influyen en el compromiso en el trabajo, en su productividad y, en consecuencia, en la rentabilidad final de la empresa.
1. El liderazgo
Los aspectos mejor valorados siempre tienen que ver con la honestidad y transparencia. Es decir, que escuestión de confianza. En Great Place to Work® sabemos que la clave está en la coherencia. Hay que mostrar coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Las personas ven lo que uno hace, no lo que dice, y esto es realmente lo que se valora. El estilo directivo no debe dificultar nunca la participación de los colaboradores. Hay que ser ejemplo y dejar autonomía para facilitar que las personas que trabajan en la compañía se sientan cada vez más comprometidas. Para ello, debemos actuar y tomar decisiones con criterios objetivos, oportunamente justificados y, siempre, evitando las decisiones unilaterales. Esta forma de liderazgo permite mejorar el compromiso de nuestros colaboradores, lo que redunda en la mejora de su trabajo y, así, de la productividad.
2. La comunicación
No puede darse un compromiso sin asumir que cualquier actuación y decisión basada en la participación es clave. Esta participación pasa necesariamente no solo por disponer de adecuados canales de comunicación, sino también por adoptar una actitud de servicio, de asesoría y ayuda a todos nuestros colaboradores. Los líderes están para apoyar a las personas que trabajan en la compañía.Asimismo, es importante asegurarse de trabajar con transparencia en la información y una utilización correcta de la comunicación y, por supuesto, por la integridad.
3. El reconocimiento
Es indispensable reconocer y valorar el trabajo bien hecho, y tender hacia la flexibilidad y adaptación al cambio en el desarrollo de las responsabilidades y las tareas que derivan de la actividad de nuestros colaboradores. En esta línea, el ambiente organizacional debe guiarse por principios de equidad, meritocracia y transparencia. Y bajo ningún concepto determinar una contratación o una promoción o reconocimiento influenciados por las relaciones o los intereses personales.
En definitiva, aunque es cierto que la rentabilidad económica depende directamente de la eficiencia de los recursos que utilizamos, la importancia del papel desempeñado por las personas que trabajan en la compañía es clave. Tal y como apunta Sonia de Mier, Directora de comunicación de Great Place to Work® en España, el problema viene cuando «la realidad de una empresa no coincide con la percepción que tienen de ella sus colaboradores». Y el sentimiento de pertenencia de las personas en la compañía comienza en el hecho de que estén comprometidos, lo que a su vez conlleva que tengan unas actitudes más innovadoras, más productivas. Actitudes que también redundan en trabajar mejor en equipo y adaptación al cambio , en definitiva, en la mejora de la rentabilidad de la compañía.