Estamos en la era digital y las notarías, como la mayoría de las oficinas, cuentan con las más modernas tecnologías para trabajar. Procesadores de textos, conexión de banda ancha, red interna segura de comunicaciones y tantas cosas más. Todo esto facilita y ayuda en la producción del trabajo. Las escrituras se pueden hacer mejor y de manera más rápida. Se archivan en formato papel y digital y la atención y el servicio son más ágiles y de mejor calidad.
Pero el trabajo de un notario no se reduce a hacer muchas escrituras. Se trata de hacerlas bien, porque si se hacen mal no sirven para nada y además su resultado puede ser perjudicial. El peligro de la tecnología es caer en el error de “ir muy rápido a ninguna parte” y eso sería un absurdo.
Se podrá programar un ordenador para que conteste por teléfono a unas preguntas previamente definidas. Con el desarrollo de la tecnología y de la inteligencia artificial se podrá programar un robot para que pueda preparar una escritura, y quizá la escritura esté bien hecha, pero ¿será la escritura que se quería hacer o acabará preparando un poder cuando se pretendía un testamento?
El trabajo de un notario consiste en redactar la escritura que se le solicita y el documento redactado es el resultado final de todo un proceso anterior que comienza por indagar cuál es la verdadera voluntad: qué se quiere hacer. No es lo mismo hacer un testamento que hacer un poder o terminar vendiendo la casa a otra persona sin darse cuenta.
Para averiguar la verdadera voluntad de los otorgantes, que así se llama a quien pretende la función notarial, el notario debe estar personalmente con ellos: conversar, preguntar y concluir qué es lo que quieren hacer realmente. No se trata de rellenar un formulario para solicitar una actuación administrativa. Se trata de plasmar en un documento jurídico una voluntad particular que producirá unos efectos jurídicos determinados y concretos y que deben ser conocidos previamente por el otorgante.
Además, hay que tener en cuenta el asunto de las coacciones y violencia a las personas. Cuando nos situamos delante de un cajero automático nadie nos pregunta si estamos vaciando la cuenta libremente o si nos están clavando una navaja por la espalda. Tampoco nadie sabrá si estamos bajo los efectos de alguna sustancia que anula nuestra voluntad porque el cajero no tiene “ojos” y como dice el refranero “ojos que no ven, corazón que no siente”.
El notario tiene obligación legal de asesorar a quien demanda sus servicios, averiguar su verdadera voluntad para aconsejarle el documento oportuno informándole de los efectos que producirá y asegurarse de que su voluntad es libre e informada.
Estimado lector@, si has llegado hasta el final de este artículo habrás averiguado que no pienso renunciar a ningún robot que pueda existir en el futuro, pero las escrituras se hacen cara a cara.